sábado, 21 de agosto de 2010

Prescindible.

El suelo de madera cruje mientras camino a través de la larga galería que separa la habitación del salón. En esta parte de la casa el aire está más denso y siempre está oscuro. Llevo una semana sin pisar la calle, día más, día menos. Desde que conseguí dejar de fumar estoy intentando prescindir de otras ataduras triviales de mi vida. De hecho, ya he conseguido eliminar la enfermiza obsesión de estar al tanto de la última noticia que acontece. Regalé la televisión a una asociación que vela por los desheredados sociales. A la portera, sin cruzar una palabra, le puse la radio en las manos y ella la agarró sonriendo sin entender. Hoy hace más calor. Tengo náuseas desde ayer. De hecho, cuando me tumbo siento una molestia por el estómago que me sube hasta la garganta. Me preocupa que esta noche el dolor se haya hecho constante. No he podido pegar ojo. Llevo mucho rato en posición fetal, sin posibilidad de movimiento. No sé exactamente cuánto tiempo habrá pasado. Hace una semana paré todos los relojes de la casa; desde entonces, siempre son las doce. ¡Dios! Este dolor está yendo a más. ¡Voy a vomitar! ¿Serán las doce una buena hora para llamar a un médico? Bien, eso haré. Pediré ayuda. Venga, tranquilo. Voy a sentarme. Eso es. Despacio. Vale, ya estoy apoyado en la mesita. Ahora sólo tengo que pensar qué hice con el teléfono móvil.

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