viernes, 20 de agosto de 2010

El timbre.

Esta mañana ha sonado el timbre de la puerta tres veces. No he abierto. Me despertó la primera llamada. Abrí los ojos y vi el techo de la habitación blanco, amplio, plano, sin referentes visuales al que agarrar la mirada. Esta visión se ha convertido en un sentimiento pegajoso que se me ha adherido a la piel sin esperarlo. La segunda y la tercera llamadas no han sido insistentes. La cadencia monótona del dedo del sujeto sobre el pulsador no me ha alertado que fuera algo importante sino que delataba más bien el trabajo gris de un funcionario del censo o similar, así que no me moví. Ya han debido pasar varias horas desde que el silencio se volvió a apoderar de la casa. Esta quietud me asusta. El horizonte existencial vacío me inquieta. Hablaré con el pintor que trabaja en la empresa. Creo que tres o cuatro puntos de colores bastarán para sujetar el vértigo de mi mirada.

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